Una tarde en la montaña, me contaron que los árboles fueron a hablar a un corazón sensible, amoroso y dispuesto a escuchar.
Casi
susurrando, los árboles se postraron ante este corazón y, saludándole con un
bello gesto, le empezaron a contar que ellos, los árboles, están llenos de
vida, tan llenos de vida como este corazón, quien sonrió al sentir esta verdad.
Siguió sonriendo cuando los árboles, muy parlanchines, le contaban que deseaban
ser abrazados, cuidados, escuchados… “¡Y quién no!”, pensó aquél corazón. Antes
de retirarse, se saludaron de nuevo con un amoroso gesto, honrándose ambas
partes y agradeciendo el encuentro.
Tras el tronco
de un árbol, aparecieron hadas y duendes, juguetones, tímidos, como pidiendo
permiso para ser escuchados también. Y le contaron… le contaron a ese corazón
que son pequeños y que los pasos y pisadas fuertes les asustan. Ellos, hadas y
duendes, viven en los bosques, en la Naturaleza, y les encanta jugar con los
humanos, pero sus pasos fuertes les asustan. “Caminad en armonía”, le pidieron
al corazón. Antes de retirarse, se despidieron con un amoroso gesto, honrándose
ambas partes y agradeciendo el encuentro.
Y entonces se
acercaron los Guardianes de aquella Montaña, honrando a aquel corazón que era
capaz de escuchar y sentir. “Invita a tus hermanos a caminar por nuestros
senderos, en las montañas, bosques, caminos,… siempre estamos, siempre hay
guardianes que los van a proteger, a cuidar, a enseñar. No tengan miedo, les
invitamos a convivir en armonía. Les estamos esperando”. Tras estas palabras,
antes de retirarse, se despidieron con un amoroso gesto, honrándose ambas
partes y agradeciendo el encuentro.
Y escuchó este
corazón también a las sirenas que saludaban desde el lago cercano, afinó sus
sentidos para comprender el mensaje de aquellos seres… “Cuéntanos tus procesos,
entréganos tu dolor, tu tristeza,… con nuestra hermana agua te limpiaremos.” Y
así, tomando conciencia de esta gran ayuda ofrecida por las sirenas, antes de
retirarse, se despidieron con un amoroso gesto, honrándose ambas partes y
agradeciendo el encuentro.
Aquél corazón,
sin perder la sonrisa, escuchó a cada uno de los seres que vinieron a hablarle…
y sonriendo, se levantó de aquella roca en la que estaba sentado y caminó por
la montaña de forma armoniosa, sin hacer mucho ruido para que los duendes y las
hadas no se asustaran, abrazando a los árboles, contándole a las sirenas
aquellos sentimientos que aún le atormentaban… y bajó la montaña así,
sonriendo.
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